domingo, 15 de octubre de 2006

¿Vos sos sanitariamente correcto?

A mí me enseñaron que lo único verdaderamente importante es si las personas son buenas o mala gente. Así, sin demasiadas vueltas. No me explicaron en detalle la cuestión; ni mamá ni papá me escribieron una lista de cosas buenas y otra de cosas malas. Pero aun así, fui sabiendo más o menos de qué se trata eso de ser buena o mala gente.

Por favor, que alguien les avise a los porteños que ser fumador no es lo mismo que ser ladrón, estafador, asesino, torturador, violador…

Bien. Ahora no se puede fumar en casi ningún lugar cerrado de la ciudad (digo “casi” porque afortunadamente aún se puede fumar en la propia casa). Entonces, los fumadores se paran en una esquina o se sientan en una plaza a disfrutar de su cigarrillo. ¿Y qué sucede? La gente (que en su mayoría, seguro, es buena gente) pasa y lo mira con desprecio, como si fuera mala gente. Mientras tanto por la esquina pasa el interno 230 de la línea 146 echando humo por el caño de escape, y en algunos lugares de la ciudad y sus alrededores están Videla, Massera, Etchecolatz y otros primores, y en algún lugar que nadie sabe está Jorge Julio López como un mero símbolo de lo que pasa cuando una sociedad intenta negar la realidad.

Una mujer circula en su auto por la 9 de Julio. Fuma. El tránsito está complicado, como todas las mañanas. Pone el giro a la derecha. Ve por el espejo una moto que no avanza, por lo que acelera y dobla. El conductor de la moto, distraído, frena de golpe. No pasa nada, pero la mujer se preocupa y baja del auto para asegurarse de que esté todo bien. En ese momento advierte que en la moto, además del conductor, viajan una mujer joven y una nena de unos siete años. Nadie lleva casco en esa moto. El hombre está nervioso, la mujer del auto (que aún tiene el cigarrillo entre sus dedos) trata de tranquilizarlo. Después de todo, no pasó nada. Y la mujer joven, la de la moto, la que lleva a una nena de siete años, le grita: “¡Y encima está fumando!” La mujer se queda en pausa, observa la escena ya como desde afuera, no dice nada, no hace ningún gesto. Sólo da media vuelta y se sube a su auto y pone primera y arranca y le da una profunda pitada a su primer cigarrillo del día.

“Aquí cuidamos su salud. Prohibido fumar”, dice un cartel que vi en varios bares. Gracias, señor, mi salud es mi problema, eventualmente el de mi médico y hace muchos años el de mi mamá; usted no aparece en la lista. Y por favor, señor, no mienta. Usted no quiere que la gente fume en su bar, y es su derecho. O sea que limítese a decir eso y no se meta con mi salud, que estoy segura que a usted le importa un pito.

Creo que se ha inaugurado una nueva tendencia: la corrección sanitaria. Como la corrección política alguna vez, ésta se relaciona con manejar un discurso sano, que se preocupa por el aire que respiramos, por las normas de convivencia, por la salud del prójimo, incluso. Claro, siempre que el prójimo sea un fumador, y no una de las 500 mujeres que se mueren por año a causa de abortos mal practicados; uno de los miles de chicos que aún tienen problemas de desnutrición; algún habitante de los barrios marginales de la ciudad donde el Paco reina y mata día a día.

Está bien que se intente desalentar el consumo de cigarrillos, porque el tabaco es malo. Está bien que se limiten los espacios para fumadores, de modo que los no fumadores puedan finalmente relajarse y disfrutar de sus cenas y sus cafés. Pero habría que tener algún cuidado, porque parece que los porteños han tomado el mensaje para el lado de los tomates. Que alguien les avise, por favor, que los fumadores tienen derecho a fumar todo lo que se les cante, en tanto no molesten a los demás. Y eso no los convierte en mala gente.

Mientras Buenos Aires fluctúa entre el miedo al granizo y el miedo al humo de cigarrillo, hay quienes siguen tirándote la puerta en la cara cuando entra a un negocio; arrojando papeles y latas de gaseosa por la ventanilla del auto; acelerando al doblar en una esquina esperando con naturalidad que los peatones corran o se detengan; ofreciendo coimas al policía; colgando un cd del espejito para que no lo escrachen en una foto cometiendo una infracción… Vamos por partes, muchachos. Pongamos prioridades a la hora de indignarnos. Y si vamos a ser correctos, seamos correctos. Sanitarios, políticos o lo que sea. Pero correctos. Con todo lo que eso significa.

¿Y si dejamos que los fumadores se hacinen en bares y restaurantes para fumadores, que se llenen bien de humo, que intercambien bocanadas promiscuamente y listo? Habrá en la otra vereda, o en la otra cuadra, bares y restaurantes libres de humo (de humo de cigarrillo, claro) donde las personas estarán felices por haberse librado de los indeseables. Bares y restaurantes sanitariamente correctos.

lunes, 9 de octubre de 2006

ciudad amor




















ciudad amor
ciudad amigos
ciudad historia y siempre
te gozo y te sonrío
ciudad de muchos números
de bar a la intemperie
ciudad disfraz
ciudad colgada
tan grande y tan colgada
hay un vacío o dos
y hay algo más que sobra
mas gozo y te sonrío
ciudad
pero me voy