¿Cómo hacer para seguir en Buenos Aires y no caer en la redes de la locura?
Hay un humo horrible por estos días en la Ciudad de los Buenos Aires. Acá donde por las calles de los últimos turísticos años se huelen riquísimos perfumes importados hoy solo se respira el olor de una quema de basura.
El humo por un lado, con sus consecuencias pesadas, en las calles, avenidas, aeropuerto, río y el olor por el otro, con su desagradable penetración en cada uno de nuestros espacios, nos hacen el aguante para la queja diaria, ejercicio infalible si sos porteño o si adoptas serlo aunque solo por laburo.
Entonces andamos por las veredas, tomamos los colectivos, bajamos a las profundidades del subterráneo, tomamos ascensores, cruzamos plazas, desayunamos en el café de siempre, hacemos cola en el banco, miramos vidrieras, entramos al cine, estudiamos, vamos a la cancha, en fin, hacemos nuestras cotidianas y divertidas vidas de todos los días pero compartiendo el enrarecido aire que nos lega a los pulmones.
Los más pretenciosos evitan salir a la calle; los argumentos se repiten: “no puedo respirar”, “a mi me lloran los ojos”, “yo soy alérgico, me mata”, “en mi casa era peor, no se veía nada”, “anoche no pude dormir”, “el médico me dijo que el monóxido de carbono que hay en el aire está al límite”, y podría repetir muchas más frases para llenar las hojas de la historia de una ciudad que nunca te permite aburrirte.
Cuando haciendo imagen del escenario más ridículo que podemos alcanzar agotando un tema en esta ciudad, se me ocurre que en cualquier esquina de Barrio Norte se manifiesten una noche de estas, señoras portando máscaras de oxígeno en sus caras y cacerolas en sus manos. También podemos armar carpas en Plaza de Mayo, en este caso debieran ser también de oxígeno.
Pero, el colmo de lo paradigmático lo vi hoy en la calle Florida.
Yo suelo caminar Florida tratando de hacer un estudio sociológico de mi paseo, porque de otra forma es imposible transitarla. Entonces uso algún rato de mis días para andarla casi siempre entre Diagonal Norte y Córdoba (para foráneos, esto es más o menos 9 cuadras) disfrutando todo lo que mis ojos me permiten de los personajes más heterogéneos que podemos imaginar.
Ahí van hombres, mujeres, jóvenes, naturales, extranjeros, viejos, lindos, bien vestidos, negros, chicos que piden, artistas, vendedores, pungas, mozos, promotoras, borrachos, banqueros, cartoneros, periodistas, macristas, en fin, gente. Pero mucha.
Por estos tiempos hipercomunicados, los más, solos o acompañados, caminan casi siempre hablando por medio de sus teléfonos celulares. Antes era muy común cruzarse con algún amigo o conocido por esta calle, hoy es casi imposible, se camina rápido, muy apurados todos para llegar a algún lugar o a ninguno, no importa, igual estar apurado es una conducta a seguir por Florida.
Hoy creo que vi todo lo posible de ser visto y se lo debo al humo, a la quema de pastizales, a este olor a basura que nos embriaga. Salí y anduve caminando por la gran vía peatonal de Buenos Aires, no había mucha gente, debía ser por el fenómeno este del aire viciado, pero igual mi observatorio social pudo recaudar imágenes para el recuerdo.
Durante varias cuadras me fui cruzando con señoras y o señores de esos diversos que les señalé antes, pero con un detalle digno de Fellini: llevaban en sus rostros “barbijos”. Imagen que ilustraba una vez más cuán tilingos podemos ser y no caer en la autocrítica del ridículo, si y solo si andamos por Buenos Aires.
Entonces me maravillé de poder estar acá para disfrutarlo, pero cuando caminé unas cuadras más me entregué por completo al placer porteño de pertenecer: Me encontré con el señor que vendía los “barbijos”. Como mi hijo suele reclamármelos para hacer tareas de carpintería yo sé que su valor es de $0.20; no pude con mis ganas y me acerqué a preguntarle ¿cuánto valían? “$2.00” me dijo, y agregó inmediatamente ante mi expresión que debió parecer de asombro “3 por $5.00”. Dije “gracias” como correspondía y seguí mi camino.
Quisiera terminar mi relato aquí, pero les aseguro que no puedo dejarlos con lo mejor sin contar.
Paradigma o casualidad, resuélvanlo Uds., el señor que vendía los barbijos estaba apostado a la altura de la puerta de la sede de La Sociedad Rural (Florida al 400).
1 comentario:
Para que no extrañes:
¿Cómo hacer para seguir en Buenos Aires y no caer en la redes de la locura?
Hay un humo horrible por estos días en la Ciudad de los Buenos Aires. Acá donde por las calles de los últimos turísticos años se huelen riquísimos perfumes importados hoy solo se respira el olor de una quema de basura.
El humo por un lado, con sus consecuencias pesadas, en las calles, avenidas, aeropuerto, río y el olor por el otro, con su desagradable penetración en cada uno de nuestros espacios, nos hacen el aguante para la queja diaria, ejercicio infalible si sos porteño o si adoptas serlo aunque solo por laburo.
Entonces andamos por las veredas, tomamos los colectivos, bajamos a las profundidades del subterráneo, tomamos ascensores, cruzamos plazas, desayunamos en el café de siempre, hacemos cola en el banco, miramos vidrieras, entramos al cine, estudiamos, vamos a la cancha, en fin, hacemos nuestras cotidianas y divertidas vidas de todos los días pero compartiendo el enrarecido aire que nos lega a los pulmones.
Los más pretenciosos evitan salir a la calle; los argumentos se repiten: “no puedo respirar”, “a mi me lloran los ojos”, “yo soy alérgico, me mata”, “en mi casa era peor, no se veía nada”, “anoche no pude dormir”, “el médico me dijo que el monóxido de carbono que hay en el aire está al límite”, y podría repetir muchas más frases para llenar las hojas de la historia de una ciudad que nunca te permite aburrirte.
Cuando haciendo imagen del escenario más ridículo que podemos alcanzar agotando un tema en esta ciudad, se me ocurre que en cualquier esquina de Barrio Norte se manifiesten una noche de estas, señoras portando máscaras de oxígeno en sus caras y cacerolas en sus manos. También podemos armar carpas en Plaza de Mayo, en este caso debieran ser también de oxígeno.
Pero, el colmo de lo paradigmático lo vi hoy en la calle Florida.
Yo suelo caminar Florida tratando de hacer un estudio sociológico de mi paseo, porque de otra forma es imposible transitarla. Entonces uso algún rato de mis días para andarla casi siempre entre Diagonal Norte y Córdoba (para foráneos, esto es más o menos 9 cuadras) disfrutando todo lo que mis ojos me permiten de los personajes más heterogéneos que podemos imaginar.
Ahí van hombres, mujeres, jóvenes, naturales, extranjeros, viejos, lindos, bien vestidos, negros, chicos que piden, artistas, vendedores, pungas, mozos, promotoras, borrachos, banqueros, cartoneros, periodistas, macristas, en fin, gente. Pero mucha.
Por estos tiempos hipercomunicados, los más, solos o acompañados, caminan casi siempre hablando por medio de sus teléfonos celulares. Antes era muy común cruzarse con algún amigo o conocido por esta calle, hoy es casi imposible, se camina rápido, muy apurados todos para llegar a algún lugar o a ninguno, no importa, igual estar apurado es una conducta a seguir por Florida.
Hoy creo que vi todo lo posible de ser visto y se lo debo al humo, a la quema de pastizales, a este olor a basura que nos embriaga. Salí y anduve caminando por la gran vía peatonal de Buenos Aires, no había mucha gente, debía ser por el fenómeno este del aire viciado, pero igual mi observatorio social pudo recaudar imágenes para el recuerdo.
Durante varias cuadras me fui cruzando con señoras y o señores de esos diversos que les señalé antes, pero con un detalle digno de Fellini: llevaban en sus rostros “barbijos”. Imagen que ilustraba una vez más cuán tilingos podemos ser y no caer en la autocrítica del ridículo, si y solo si andamos por Buenos Aires.
Entonces me maravillé de poder estar acá para disfrutarlo, pero cuando caminé unas cuadras más me entregué por completo al placer porteño de pertenecer: Me encontré con el señor que vendía los “barbijos”. Como mi hijo suele reclamármelos para hacer tareas de carpintería yo sé que su valor es de $0.20; no pude con mis ganas y me acerqué a preguntarle ¿cuánto valían? “$2.00” me dijo, y agregó inmediatamente ante mi expresión que debió parecer de asombro “3 por $5.00”. Dije “gracias” como correspondía y seguí mi camino.
Quisiera terminar mi relato aquí, pero les aseguro que no puedo dejarlos con lo mejor sin contar.
Paradigma o casualidad, resuélvanlo Uds., el señor que vendía los barbijos estaba apostado a la altura de la puerta de la sede de La Sociedad Rural (Florida al 400).
¡Uf! Me cansa Buenos Aires.
¡Ja! ¡Ja!
Besitos Gaby
Publicar un comentario