Sabe que hay Algo allí, adelante. Entonces, sin impaciencia, se calza la piel, brinda con el espejo, le da la espalda y avanza hacia el pasado con una sonrisa. En la siguiente esquina se topa con Algo. -Hola. -Hola, nena. Al fin.
En el último viaje Tilcara-Baires leí El Club de la Buena Estrella, de Amy Tan. Alguien me lo había regalado hace mucho tiempo. Lo había abordado varias veces, pero sin que me enganchara. Quién sabe por qué ahora sí. Quizás porque es sobre madres, hijas, hermanas, y estoy en Baires por mi hermana, y Baires es como madre, y hace dos días supe que otra hermana será madre, y mi hermana tiene dos hijas... Quizás porque habla de orígenes, de viajes y distancias. Quién lo sabe y a quién le importa por qué. Lo que importa es que di gracias a FlechaBus por haberme asignado un asiento individual en el fondo, y di gracias a la Selección porque el bus venía casi vacío y entonces nadie vio que cuando cerré el libro me soné la nariz y me sequé los ojos.
Le saqué la foto desde la cama. Ella se sienta ahí a esperar a los otros gatos del barrio. Al negrito, que es amigo, y al gris y blanco, que es enemigo.
antes en baires como ahora en tilcara, a mora le gustaba sentarse arriba del monitor de la PC. Allá, su mirada se perdía entre los edificios. Ése que se ve en la foto, nunca se habitó. Hasta que nos fuimos, fue sólo obreros y construcción y luego pintura y barandas y persianas, pero nunca llegó a ser hogar de nadie.
martes, 6 de junio de 2006
Era nostalgia recuerdo vivo pero mero recuerdo era pregunta y fue respuesta. Ya sin nostalgia. Presente vivo. Pasado prolongado. Temblor real. Cierta clase de amor que se resiste que no pregunta que goza y muerde desea toma entrega.